En Productividad un hábito suele estar orientado a sólo una cosa: actuar. La necesidad de un nuevo hábito surge a su vez por la necesidad de cambio cuando nosotros mismos comprobamos que hay “algo que no está funcionando”.
Generalmente es algo que hemos detectado que zancadillea nuestro rendimiento: frecuentes despistes, incapacidad para concentrarnos, nuestra tendencia a mezclar lo importante con lo trivial, etc.
Todos estamos preparados para un cambio pero no todos logramos cambiar. El modo en el que desarrolles y practiques ese nuevo hábito determinará tu éxito.
Todos en algún momento de nuestra vida hemos formulado resoluciones del tipo “voy a adelgazar, pienso ir al gimnasio todos los días”, o similares. Nos fijamos un gran objetivo, un cambio para el que por lo general sí estamos preparados pero no para hacerlo de cualquier manera.
En Productividad ocurre exactamente lo mismo e incluso es todavía más acentuado. Las bravuconadas, los “ya verás esta semana” o intentar drásticos y violentos cambios… simplemente no funcionan. Y aunque aparentemente sí lo hagan, será sólo a muy corto plazo, nunca a la larga. Yo puedo forzar hoy, mañana y hasta pasado ciertas rutinas productivas, pero serán gestos antinaturales y artificiales que terminarán por desaparecer.
Se cambia de verdad cuando esos gestos productivos surgen de forma instintitva, espontánea o, al menos, provocados con un menor esfuerzo. ¿Cómo por tanto conseguir eso? Tres pasos para ello:
- Un solo cambio a la vez, pequeño y sencillo.
- Fíjate cambios concretos que puedas medir y palpar.
- Repite y repite con regularidad diaria y constante.
Recuerda algo muy importante: Todo aquello que no se ejercita se pierde.
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